jueves, 31 de diciembre de 2009

un poema del "Maestro" para compartir

Final de año
Jorge Luis Borges


Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil
.

Fervor de Buenos Aires (1923)

http://www.comunidadrussell.com/images/mails/fractal_navidad2.gif



miércoles, 23 de diciembre de 2009

Felices fiestas para todos

Año intenso, año denso, año vivido con todo. un 2009 pleno de vida y de proyectos concretados, ya que Cande hizo su entrada triunfal y se sumó a las brujas, juntas decidimos crear este maravilloso blog que nos permitió conocer gente de otras partes.
Creamos trabajos, vivimos en familia, transitamos sinsabores laborales, compartimos experiencias, leímos y escribimos, siempre juntas! Los encuentros martinos fueron a la vez escape y cable a tierra en esos tiempos dificiles y tambien en momenos de inmensa alegria.
La literatura y la escritura fueron la excusa, la amistad es
lo que verdaderamente importa.
Nuestros mejores deseos de paz, con un corazon abierto para estas fiestas, gracias por compartir con nosotras parte de sus vidas.
¡Y vamos por el 2010!

domingo, 20 de diciembre de 2009

Cambiando la rutina del sábado


Como todos los sábados de este último mes, desde que el médico me mandó a hacer reposo (vida sedentaria, dijo) me levanté a media mañana. Como todos los sábados, desayunamos con Ariel y sin apuro. Como todos los sábados, leímos los mails y el diario en la computadora. Como todos los sábados nos preparábamos para ir a almorzar a casa de mis suegros. Como todos los sábados mi papá se ofreció a llevarnos...
Como ninguno, hasta este sábado, les tuve que decir que no siguieran con los planes de todos los sábados. María Candelaria, con el mismo ímpetu con el que creció en mi panza, no podía esperar dos semanas más para conocernos. Una catarata nos anunció el cambio de rumbo y nos llevó a la guardia del Sanatorio Parque.
Allí un doctor muy amable nos recibió y nos introdujo en una realidad suspendida, donde el tiempo transcurría a otra velocidad y lo único importante era la tranquilidad, para darle a la naturaleza su espacio para abrirse camino.
Abajo el vértigo del mediodía en la ciudad. Arriba, Ariel y yo en la sala de preparto, charlando, lejos por fin de las preocupaciones de los últimos cuatro meses, sin pensar por primera vez en entrevistas, trabajos que no aparecían o que llegaban todos juntos, departamentos, mudanzas, Rosario o Buenos Aires. Afuera, la familia esperando ansiosa a la nueva integrante: abuelos impacientes o tratando de contener las ansiedades, tíos viajando desde Buenos Aires con urgencia o yendo al médico para tener permiso para conocer a la sobrina; adentro sólo los dos, con nuestra hija haciendo su trabajo para salir, por fin solos y en paz, a pesar de la corridas y de no tener todo milimétricamente planeado como es nuestro gusto. Los celulares, con poca batería para no perder la costumbre, actúan como nexo entre los dos mundos.
El goteo va cayendo lentamente, haciendo avanzar el trabajo de parto, pero nuestra hija, escorpiana y temperamental, se resiste a ubicarse para salir.
Cuatro horas después (después nos enteramos que habían pasado cuatro horas, para nosotros había sido un ratito o la vida entera), yo había hecho mi parte, pero ella no quería hacer la suya. ¿Estaba muy cómoda o no tenía lugar? El doctor dijo que no quería correr riesgos, que no tenía sentido seguir esperando, que una cesárea era lo más seguro para las dos. Y partimos al quirófano…
Ariel me saluda y me espera en la habitación (218, para la quiniela, nos dijo la enfermera que nos la asignó). La familia va llegando, para acompañar en la espera. Entré al quirófano a las 17.45 hs.; este cambio de rutina que empezó a las 11.20 hs está por terminar. ¿O empezar?
Me recibe el anestesista, que con un pinchazo borra todas las molestias, al punto que no las recuerdo más. ¿La peridural tiene efecto amnésico? ¿O la amnesia la produce el llanto de mi hija, furiosa porque la sacaron de su único lugar conocido? 18.35 hs marcaba el reloj cuando la escuché llorar por primera vez, cuando la vi pasar de los brazos del médico a los de la neonatóloga, que la revisó adelante mío, me dejó besarla y se la llevó al papá.
Mientras tanto, quedé esperando al camillero más de lo que me hubiera gustado, para reunirme con mi familia, para abrazar a mi hija, para besar a mi esposo, para ver la cara de los nuevos abuelos y tíos.
“Es hermosa tu hija”, me dijo mi mamá. Y todos los que estaban esperándome, esperándola. Mi papá, Mario y Nancy, Sebastián, el padrino, que había podido llegar a tiempo desde Buenos Aires con Mercedes, Mariano. Faltaban Charly e Inés, él, enfermo y ella acompañándolo. Ya llegarían al día siguiente…
No puedo contarles la cara que pusieron cuando conocieron a María Candelaria ni sé cuántas llamadas hizo mi papá por celular, para contarle al mundo que era abuelo. Ni puedo describir la cara de Ariel cuando la puso en mis brazos, para prenderla a la teta y cerrar el círculo. Esa noche no dormimos nada y hablamos mucho, a pesar de los retos de la enfermera (aparentemente no era bueno para mi recuperación). Y disfrutamos de estar juntos y solos los tres, empezando a sentir este cambio definitivo de nuestra rutina.
MBA

jueves, 17 de diciembre de 2009

Nuestros espacios en las fiestas




El estar-comedor ; el estar con los otros

Durante las fiestas es el momento donde la casa se transforma en el legitimo espacio que une a los afectos

Esos días de fiesta, las casas se potencian, el living o el estar/comedor pasa a tener una importancia muy significativa , pasa a ser la niña mimada de la fiesta.

Lo engalanamos con adornos navideños, con flores , a veces se los pinta y se los remoza con anticipación.

Se transforman en espacios pujantes, poderosos , porque aúnan las emociones de quienes alli se reunen , ahuyenta el fantasma de la soledad ,lucha contra el aislamiento bien conocido como el causante de enfermedadades y deterioros progresivos en las personas

En estas fiestas decimos que la casa nos cobija, nos envuelve en mantas y nos abriga.

La palabra cobijar viene del latín y significa “tapar con cualquier abrigo” .

En definitiva cobijarnos también en estas fiestas es una manera de volverse a enlazar con ese sentimiento místico que se produce cuando nos vinculamos desde el corazón con los otros, cuando podemos abrirnos, dejar de míranos como habitualmente se dice : ” el ombligo” y entender que somos un eslabón mas de un mundo mas amplio , de un macro mundo

El estar/ comedor , como espacio que cobija esta ceremonia presencia esta mística y es una de las funciones mas importantes que tiene , nuclear a la familia, a los que queremos, en definitiva a los afectos, ( indispensables para nuestro crecer en este universo)

Los estilos de los estar/ comedor pueden ser diversos, van desde los mas minimalistas despojados de todo elemento a los mas tradicionales, eclécticos o rústicos.

No importa aquí el estilo sino la existencia de un espacio asi , que nuestra casa este abierta a cobijar y a reunir a nuestros afectos.

Y nuestra casa lo estará si nosotros interiormente estamos con el mismo deseo de cobijar y contactarNOS con nuestra gente. Recordemos que lo espacios exteriores no son sino mero reflejos de nuestra interioridad.

Y después de esta mística reflexión, les deseo de todo corazón …

¡¡FELICES FIESTAS!!


Mariana Klein

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La novela y el terror.




Este cuento que hoy comparto con ustedes lo escribí hace un año.
El mismo ya ha sido publicado en papel en una Antología de Cuentos en 2009.
Espero lo disfruten..., no teman el final, jajajaja.







"La novela y el terror"


"Esta noche es sólo para mí", pienso.

Todos duermen en casa. El perro no ladra desde hace un rato. La tortuga se acomoda en su rincón preferido del parque. A mis pies está sentado Francisco, un gato gordo y perezoso. En el invierno es un acolchado confortable, en el verano me vienen ganas de pegarle una patada y mandarlo al patio, al living, al mundo. La tranquilidad es plena.

"Bueno, y ahora qué..."


Me siento en ese viejo sillón de color negro, del negro de un miedo derramado. El mismo de siempre. Ese sillón emite un chirrido ensordecedor y tajante cada vez que se desliza. Siempre leo hasta muy pasada la medianoche. Sola. Cuando todo afuera está oscuro, oscurísimo. Y adentro todo huele a penumbra. Mi compañía es el gato. Y en todos esos momentos aparece un ruido con color a terror. El ruido empieza a hacerse sentir. Atraviesa mi piel, sin pedir permiso. Recorre mi cuerpo como si caminara por mis huesos. Me remonta a mi infancia y el correr frenético del viento avasallando todo a su paso, ese tiro disparado al aire, un grito desesperado pidiendo auxilio, los cuentos de ladrones de niños en el campo. El miedo se perpetúa en mi mente. Terror, miedo, pánico. Lo aguardo cada madrugada como el trueno ensordecedor después de la luz. Lo espero dubitativa, insegura, temblando. El sonido aparece cada noche y se presenta profundo, penetrante, insostenible.


Cuando la máscara de pánico desaparece para hacerse realidad salgo de mi escritorio. Enciendo una de las luces, el lugar se ilumina, el ruido corre y se va. Vivo varias veces esa secuencia de ruido-terror-luz. Me esfuerzo de forma inhumana para compenetrarme en mi lectura. Julián sigue durmiendo, los chicos también. Sostengo la novela entre mis manos, no logro entrar en ella, ni entro ni salgo. Me estanco en esa página. Todo me paraliza. Hasta las agujas del reloj parecen cercadas por el maldito. Cierro los ojos, intento discernir de dónde proviene. Cesa unos minutos y retorna. Retorna cargado con todo el terror de siempre. Con furor, con fuerza, con firmeza.

Logra avasallar mi tiempo, mis letras, mi mundo. El terror me tiene rodeada, rodeada a diestra y siniestra. Me inmoviliza. Quiero leer, las hojas se me hacen blancas, no hay renglones ni letras. Todo se enmudece. Oscuridad, silencio.

Cuando el gato se aleja de mí, el ruido llega a su punto culminante. Proviene de la casa, ahora estoy segura. Está ahí, en algún lugar. Me asfixia, me ata a la negrura nocturna. No puedo sostener más esta situación. Resignada intento mi lectura. Ni siquiera puedo distraerme con la mancha de humedad que aparece encima de la biblioteca, formando una figura similar a la de un dragón.


Luego de varios párrafos y dragones frustrados: El misterio. El animal gordo y perezoso está en la cocina, muy despierto. Me acerco y lo veo agazapado, sobre una rata negra, grande. Ese cuerpo y la cola larga me provocan náuseas. Mi susto me paraliza. Emito un grito desgarrador que no logra salir de mi garganta. Enmudezco. Miro. Tiemblo. El gato, cretino y sucio, en lugar de estar atacándola está viviendo con el roedor una situación amorosa.
¡Ese era el ruido!
El gato infame y la puta de la rata.

Agarro lo primero que tengo a mano, un palo de amasar. Intento separar a los animales. No lo logro. Siguen unidos por su amor. Tomo una espumadera medio rota, la sartén sucia de la cena. Con todo esto en mis alborotadas manos pego para todos lados. Tiro todo por el aire. La lucha es en contra de los dos enamorados. La rata trepa por la ventana que está semiabierta en la parte más alta de la cocina. Escapa, escurridiza y rápida. El gato queda desmayado contra el rincón del aparador inglés.

Ahora Francisco vive su vida triste y angustiado. Su amante ya no está.

Logro liberarme del ruido, del espanto, del terror. La novela elegida y la plenitud nocturna son mías para siempre.


GRACIELA BEATRIZ AMALFI.



sábado, 5 de diciembre de 2009

Cuantas veces solemos decir que uno se tiene “que encerrar” en el baño para llorar, gritar o reflexionar “porque ahí se esta realmente solo”







Mito 3



Siempre me pregunte porque se elegía el baño para ello y no la habitación donde dormimos o algún espacio deshabitado de la casa?
Yo también pienso que es el espacio indicado. Pero mi hipotesis es que no es por que ahí se está solo sino por otras implicancias.
Paso a contarles :

El baño actual tiene un uso, y una estética que se ha ido modificando a través del tiempo
Hoy el baño se concibe como un espacio de primera categoría, trabajándolo de manera estéticamente comprometida , que a diferencia de tiempos atrás se lo consideraba espacio de segunda El baño de hoy es un espacio que se utiliza para la reflexión, para spa, para el goce y placer
En este espacio efectivamente nos despojarnos de todos los personajes y mascaras que vamos utilizando en el afuera.
Yo creo que el mito esta errado al pensar que uno solo se puede soltar en ese espacio, esta bien ensayarlo ahí pero de a poco ir actuando como lo hacemos alli en otros ámbitos cotidianos
El baño sirve también como espacio de reflexión porque allí contamos con espejos que nos permiten vernos a nosotros mismos sin filtros . Tal vez ver quien somos realmente aunque esta mirada sea solo externa nos remite tambien a nuestra interioridad .
Es también el lugar donde realizamos nuestras tareas higiénicas, siendo estas muy importantes no solo biológicamente hablando sino tambien desde lo espiritual
Como decia el principito “Es una cuestión de disciplina…” -. “Cuando por la mañana uno termina de arreglarse, hay que hacer cuidadosamente la limpieza del planeta.….”
Hacer nuestras limpiezas es hacer conscientes nuestras miserias, falsas creencias y sentimientos tóxicos.
A la luz de lo expuesto , me pregunto :
¿es el baño el lugar que se utiliza porque uno se encuentra realmente solo o porque puedo realizar tareas que tienen que ver con la limpieza externa e interna de uno y me conectan con nuestro verdadero yo ?
¿Cual es el verdadero mito entonces?

M.K

martes, 1 de diciembre de 2009

Mi sonrisa dibujada.

Hoy comparto con ustedes este cuentillo que se me ocurrió escribir un día cualquiera...para un tiempo cualquiera...y para un tiempo dentro de mucho tiempo...




Mi sonrisa dibujada.


Elijo el salón perfecto ubicado en un barrio elegante, a mano de todo. Sobre una calle ancha, transitada, cerca de varias paradas de colectivos. De esa manera evito el pánico de los que temen andar por algunos barrios de la ciudad. Por la inseguridad de hoy, claro está.
El salón tiene varios ambientes, bien distribuidos. En uno de ellos están colocados unos hermosos sillones blancos aterciopelados. Cómodos. Para pasar una noche relajada. Sillones que me hacen acordar a los del living de mi casa con la única diferencia de que los míos son negros.
La gente de mi edad no sentirá el peso de las horas si están cómodamente sentados. Los más jóvenes, podrán ocupar las banquetas o los lugares para sentarse al aire libre.
Hay un jardín repleto de árboles y bien iluminado. Las enredaderas trepan por el infinito de las paredes. Sus vidas no tienen fin, continúan y continúan.
“Estacionamiento exclusivo, seguridad las veinticuatro horas, calidez y atención personalizada”, reza la oferta de la empresa por la que me decido. Acá se dibuja mi primera sonrisa. Me gusta mi elección. Al fin de cuentas me la merezco.
Quiero que todos estén cómodos, mis invitados y los que no lo son, porque siempre cae alguno a “caretear”.
Esta es una fiesta muy especial para mí. Ojalá todos se queden con el mejor recuerdo de esta fiesta.
Los primeros invitados empiezan a llegar. Cada uno viene a saludarme. Los recibo con una sonrisa dibujada, se acercan, me besan y algunos me abrazan.
Hablando de caretear. Ahí viene Julián, mi compañero de trabajo, ese imbancable tampoco se la pierde. Quisiera no saludarlo, pero al acercarse no tengo más que mostrarle mi sonrisa dibujada.
Me imaginé que una de las primeras en llegar sería Consuelo con sus pinturas sobresaliendo a su cara y Anibal, su marido, siempre gordo y mal vestido. Y sí, ahí están los dos entonando sus frases tan vulgares.
En la sala principal se encuentra el mobiliario más importante, el que no puede faltar. Realizado totalmente en madera de cedro natural con hermosos herrajes florentinos. Bordes ondeados y buen tapizado. De buen gusto.
Mis hijos se lo pasan alrededor de mí. Yo sé que llevo en mis huesos algo más de medio siglo, pero no es para que se me pegoteen tanto. Son muchas personas y me están asfixiando. Si pudiera escapar y salir corriendo dejaría tirada en el piso mi sonrisa dibujada.
¡Cuánta gente! De todas las edades.
Y yo sigo con mi sonrisa dibujada. Mi sonrisa parece estar dibujada sobre un mármol de carrara, se enfría a medida que corren con furia las agujas de los relojes. De todos modos estoy bien, radiante.
La fiesta recién empieza. Tenemos para unas cuantas horas. Es mi antojo, lo quiero así.
Quisiera que este agasajo durara una eternidad. Si pudiera amuraría todos los tiempos, todas las cosas y haría un stop en mi mundo de hoy.
La gente entra, sale, se mueve, va al jardín, toma un trago, come un sándwich. Más tarde llegan el café y las masitas finas.
Está entrando Marcela, es mayor que yo pero no se pierde una, quien la ha visto y quien la ve. Ese vestido a rayas con el moño rojo me parece horrible. Nunca tuvo buen gusto para vestirse, menos lo va a tener ahora que ya está algo vieja. Porque ésta siempre miente su edad, pero yo no me la olvido.
Al fin llega Martina mi compañera de secundaria. Bien escotadita que se vino la señora.
Desde mi lugar los puedo ver a todos y a cada uno. Escucho las risotadas de Ismael, siempre tan burdo. Podría ser un poco más caballero, dada la situación.
La música de fondo es tranquila. Preferiría ponerle más movimiento al entorno pero me dicen que no da para este acontecimiento. Tantos hombres y nadie se atreve a invitarme a bailar, tendré que ser yo la primera. Deben esperar que de la voz de largada. Me olvidé de comprar el cotillón. Convengamos que nunca me gustaron mucho las fiestas.
Todo lo adornan con demasiadas de flores. Eso no me gusta, no me interesan demasiado las flores. Esas calas que están en el jarrón pegado a la columna aquella me desagradan. Menos mal que hay unas rosas rojas de ésas que me gustan.
En toda fiesta siempre falla algo. Esto es muy común.
El desfile es mucho, van llegando todos los invitados. Parece que en este sábado a la noche no tienen otra salida más interesante.
Los miro a todos y a cada uno, siempre con mi sonrisa dibujada. Un bosquejo de sonrisa que se pasea por todo el lugar, abraza a algunos y abofetea a otros. Habla, pregunta, se inquieta. Es capaz de sentir a través de la piel los pasos de las agujas del reloj que tengo puesto.
Me estoy aburriendo de mi sonrisa dibujada. Estar así tan en pose para la presentación ante todos, me pone incómoda. Pero no puedo hacer otra cosa. La fiesta ya empezó y debe seguir hasta el final.
Corre un aire fresco que se asoma desde el jardín y me trae el aroma de alguna de esas flores que en cualquier momento me van a hacer estornudar. Mejor no me muevo mucho porque se me va a correr la pintura y tengo que dar una buena imagen. Así todos se irán felices.
Seguro que de más de uno recibiré una crítica o algún comentario nada halagador. La verdad es que no me importa, ya no me importa.
Amanece.
Las tazas de café corren como un río caudaloso hasta el precipicio más cercano.
Esas calas del jarrón parecen estirarse cada vez más para mirar mi cara. No me gustan nada, ni poco, ni mucho.
De repente se colma el lugar.
La fiesta está llegando a su fin.
Ya me acostumbré a mi sitio. Por suerte elegí un tapizado bien mullido con detalles que lo embellecen como es una puntilla elastizada blanca.
Se acercan dos caballeros con traje gris y moño negro. Para aliviar los instantes críticos realizan un moderno procedimiento de sellado que reemplaza a la tradicional soldadura.
Y sigo con mi sonrisa dibujada la que ahora encierran en mi féretro elegido.

GRACIELA-19-11-09

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