jueves, 27 de mayo de 2010

Los halcones de la noche




Como consecuencia del post que subió Anita acerca del pintor Edward Hopper ,y básándome en una de sus pinturas titulada "Los halcones de la noche", se me ocurrió deslizar mi lapicera en una servilleta de papel de ese viejo bar y escribir lo que leerán más abajo.




Los halcones de la noche.

Mi soledad me acarició una noche más entre silencios y oscuridades. Me puse mi traje gris oscuro, mi sombrero negro y caminé hasta el café de siempre. El que estaba ubicado en una de esas calles empedradas de San Telmo. Calles transitadas por mundos únicos y opacos, por transeúntes débiles de amor.
Al llegar al bar abrí la puerta vieja e insomne que dio un alarido sordo. Julio, el mozo, me miró y yo como siempre lo hacía, me senté en una banqueta pegada a la barra. Ese mueble que me separaba del muchacho era triangular, sin ninguna salida aparente. Él permanecía ahí todo el tiempo, no se movía más que adentro de ese equilátero perfecto, tan blanco como su ropa.
El lugar llamado “Los halcones de la noche” estaba iluminado por una intensa luz fluorescente que chocaba contra la oscuridad de la calle, tropezaba y volvía a entrar.
A mi izquierda y como únicos visitantes había una pareja. Ella tomando un té con masas de crema y el hombre bebiendo un vaso de whisky. Cada uno estaba en su mundo, no se hablaban, ni se miraban. Podría haber imaginado que eran dos desconocidos. De las manos de la mujer asomaban unas uñas pintadas de un rojo inquietante. El hombre no dejaba de girar su sombrero, el que posado sobre esa cabeza parecía estar mareado ante tanto movimiento.
Mientras me tomaba un café doble, agarré mi lapicera y empecé a hilvanar palabras en una servilleta de papel. Mañana a las ocho debía entregar un cuento a la editorial de una revista, que me pagaba algunos pesos por mis relatos de cada semana. Treinta y dos líneas exactas era la consigna impuesta.
Mis ojos se estrellaron contra la caja registradora del negocio que estaba enfrente del bar, cerrado a esa hora de la madrugada. Mi sitio inspirador de historias tenía vidrios que hacía visible a todo personaje que entraba al lugar y misteriosamente la registradora de enfrente también estaba rodeada de cristales transparentes.
El año 1942 se había presentado en nuestro calendario hacía tres meses y arrastraba con él a un verano cansado y a un otoño inquieto por decir “presente”.
Los recuerdos de otra época se mezclaban en mi mente, rebotaban y salían para pararse justo ahí enfrente de mí. Los halcones volaban alrededor de la veintena de sombreros estupefactos ante aquel espectáculo. Halcones que sólo aparecían en las noches bien armadas y listas para la fiesta. Las risas chocaban entre ellas dando vueltas, quebrándose ante algún aplauso o ante el asombro de algún joven distraído. La luz dominaba el lugar como un imperio poderoso que acababa de terminar una batalla . La música amenazaba a los presentes con maestría de un piano gastado y un violín que acompasaba nuestro tiempo. El piano en un rincón del bar parecía sonar a pesar de su ausencia. Las teclas bicolores saltaban en forma alternada y simétrica borrando las soledades y las angustias. El concertista apoyaba sus manos decididas y mudas para llenar de color cada mirada. Los recuerdos me seguían abrazando con la intención de desordenar la soledad de mi presente. Presente de una noche abandonada y ciega. La soledad me apretujó de una manera inusual en ella. Mis recuerdos y mi soledad lucharon por ganar la batalla que hacía un tiempo habían comenzado.
Volví a mi realidad. Volví al bar, a Julio, a la pareja de mi izquierda, a mi servilleta de papel sin ninguna letra. No encontraba un cuento para armar.
La historia no aparecía ni en mi cabeza ni en mi papel. Pensé inventar una discusión entre la pareja, una copa rota por Julio, un corte de luz imprevisto. Ninguna de estas ficciones me atrajeron y sabía muy bien que tampoco lo harían a mi editor.
Terminé mi café, guardé mis cosas en el maletín y empecé a deambular por la calle Defensa, con la esperanza de que por alguna vereda caminada, apareciera el cuento para la mañana que estaba a punto de anunciarse.

GRACIELA AMALFI
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5 comentarios:

  1. Muy bueno!!! Grace!
    La foto, el cuento...todo!!!
    Felicitaciones

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  2. Buenísimo, Grace! Me imaginé en el bar con el autor. Yo quiero masas con crema, pero con café en jarrito!

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  3. GRACIAS BRUJASSSSSSSSSS, NO NOS OLVIDEMOS DEL AGUA CON GAS COMO LE PASABA A NUESTRO MOROCHÓN DEL BAR DE MONROE Y UNA ESQUINA CUALQUIERA.QUÉ TIEMPOS AQUELLOS SI CUANDO ME ACUERDO ME AGARRA NOSTALGIA CHE. ABRAZO DE CUORE A CUORE. JAAAAAAAAA

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